Emociones

La gaviota

Yo era una «gaviota»
que siempre volaba sola,
mirando hacia el mar.

Él era «ave de presa»,
aparentemente solitario,
que le gustaba trucar.

De sonrisa fingida,
trolero e informal.
Sus zarpas eran flojas,
le costaba cazar…

Una venda se posó sobre mis ojos,
impidiendo que viese la realidad.
Bajo una de sus alas guardaba una rosa
y en la otra escondía un puñal.

Salí de aquél estado de ofuscación,
y mis alas se comenzaron a alzar.
Volaron tan alto,
que jamás volví a bajar.

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El agua caía con fuerza resbalando  por los grandes ventanales mientras mis ojos perseguían el humo que salía de la taza de café que era sostenida por mis manos frías. Mi mente viajaba entre fragmentos del pasado que encontré a lo largo del recorrido en algún rincón de mi cerebro, el cual había dejado de estar ciego para enfrentarse a la cruda realidad. El silencio alzaba el grito cada vez más fuerte. No podía volver atrás.
Había subido a aquél tren dejando a mis espaldas todos mis miedos.
Mi único equipaje eran mis recuerdos, y él, no podría retrasar mi viaje una vez más con sus falsas promesas, mentiras y disculpas fingidas. Ya no quería mirarme y ver el reflejo de la peor versión de mí misma. Pasé mucho tiempo viendo la vida con sus ojos, aunque vivir a su lado, no fue tan sencillo. La aversión era la única emoción que había quedado en mí hacia él. Y parecía no querer irse nunca. Comprendí que solo había tenido otro tropiezo más a mitad del camino y, aunque me sentía culpable por haber caído en sus redes y darle lo mejor de mí; me perdoné.

Anduve con seguridad por la vida dejando ir lo que nunca podría ser, ni debería haber sido. Lo que nunca fue mío, porque cosas nuevas y bellas estarían por llegar. Comencé a ser mi prioridad, y fue entonces cuando encontré todas mis cualidades, que habían permanecido dormidas demasiado tiempo. Porque yo no era una marioneta, una presa, ni un objeto de usar y tirar. Era un ser humano con sentimientos que no iba a ser la opción de nadie, ni necesitaba «llevarlo escrito en la frente» para que se dieran cuenta.
Mi corazón comenzó a ser habitado por el olvido, mis heridas cicatrizaron y grabé unos pájaros en mi piel, para que me recordasen cada día que era una mujer hermosa y fuerte, que no necesitaba vivir encadenada a nadie que me mantuviese en condena sin haber cometido delito alguno, que merecía la pena y no estaba al alcance de «cualquiera», porque ser mujer, no implica eso.

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Tuve los mejores maestros: el dolor, la traición, la soledad, el tiempo… la vida.

El  día en que él «se fue para siempre», me senté a observar el mar en calma mientras miraba el horizonte que se pintaba de naranja y, a aquél bello astro, que parecía gotear un sin fin de colores, mientras moría poco a poco esperando la llegada del ocaso, que daría paso a un bello manto azul cubierto de cuerpos celestes que brillarían durante la noche, pero que nunca más, escribían su nombre, porque éste estaba enterrado debajo de la arena, junto con sus recuerdos. Encima clavé una cruz, sobre la que se posó una gaviota que me había estado observando, a la cuál llamé: Libertad.

A AVES (206)

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«Amarse a uno mismo es el comienzo de una aventura que dura toda la vida».

Oscar Wilde

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