Emociones

Ella

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Recuerdo que la primera vez que ocurrió fue cuando entré en un bar a tomarme un café, ya era el tercero, pues necesitaba estar más despierto que nunca, aunque ni por las noches podía conciliar bien el sueño, y eso que siempre dormía muy bien, a pesar de mis infidelidades y las amenazas constantes de mi mujer con dejarme, después de todo, hacía mucho que dejé de quererla, si es que un día la quise, que se fuese de casa era lo mejor que me podía suceder.
Terminé el café y pedí otro que me tomé de un solo sorbo, no me podía concentrar en nada. La empresa no iba nada bien, necesitábamos desarrollar nuevas estrategias y anticiparse si queríamos sobrevivir en un mercado cada vez más convulso y con tanta rivalidad. Pagué al camarero, y cuando me di la vuelta, vi a una mujer de mediana edad que jugaba en una máquina tragaperras. La mujer se veía feliz, pues acababa de sacar un pequeño premio que comenzó a jugarse de nuevo. Miré las monedas que el camarero me había devuelto, aún no las había guardado, y me dirigí hacia la otra máquina tragaperras que no estaba ocupada. Me acomodé y eché las monedas en aquél artilugio, fue entonces cuando comencé a relajarme y,  por unos instantes, me pude olvidar de mis problemas. Había sido una grata experiencia que no dudaba en repetir, pero se me hacía tarde y me fui camino de la oficina.

Pasaron los días, los años,  necesitaba sentir la emoción de seguir jugando, pero ya no era en la máquina de un bar, era en el casino, en casa de amigos, donde apostábamos todo. Entre alcohol, puros, prostitutas y la dama blanca, pasábamos las noches enteras en vela. No importaba si ganaba, me lo volvía a jugar todo otra vez, hasta irme sin nada. Era un ludópata que perdía cientos de millones en meses. Y cada vez, quería más.
Aún seguía con mi esposa, la cual, seguía amenazándome con irse de casa después de tantos años. Una noche en que lo perdí todo en casa de unos amigos, no me quedaba nada más que apostar, y decidí apostarla a ella: Carolina, mi esposa. Y  mi oponente aceptó. Mi estado de embriaguez no me dejaba ver la realidad. Perdí la partida y le di las llaves de mi casa a aquél hombre, para que hiciera con ella lo que le diera la gana, ese fue el trato, claro está, sin que ella tuviese ni la más remota idea de lo que le iba a suceder aquella noche…

Me alegré después de todo de que Carolina hubiera tenido el valor suficiente para abandonarme esa misma noche, porque no sé que hubiera sido de ella si aquél hombre la hubiera agarrado por sorpresa. Me pareció demasiada casualidad, lo mismo alguien la avisó… El hombre se enfureció mucho, era un amigo de mis amigos y lo pudimos convencer para que esperase a que yo ganase algo de dinero y así pagarle la deuda.

Una noche, la cosa cambió, y llegaron con ella. Yo la esperaba impaciente. Fue en casa de los amigos de siempre. Esa noche iba a ser muy diferente… Era tan fría y peligrosa, pero me gustaba sentirla, acariciarla con mis manos, y sabía que lo mismo que me podía hacer enloquecer hasta llegar al éxtasis, también me arrastraría  hasta el mismo infierno, pero siempre me gustaron los riesgos. Y después de probarlo y perder casi todo, este era mi nuevo reto. Después de todo, de eso se trataba, de ganar o perder, aunque en aquél instante, no era consciente de que siempre fui un perdedor. Tenía demasiadas deudas y muy pocas salidas. Tarde o temprano me las cobrarían.

Dos de nosotros estábamos sentados al lado de una mesa, mientras otro probaba las balas disparando hacia enfrente. Después, trajo una caja nueva. Nos tapamos los oídos mientras el mismo hombre disparaba de nuevo para comprobar las balas otra vez, poniendo una sobre la mesa, que luego, el hombre introdujo en el arma.
Mi compañero se levantó y cambió de sitio, fue entonces, cuando me quedé yo solo con ella, que posaba sobre la mesa, esperando a que la cogiera entre mis manos y me la llevase hasta la mismísima sien.
El primer intento fue emocionante, ella estaba apretada contra mí, mientras yo la sentía tan fría y excitante a la vez. Presioné  rápido el gatillo, y no pasó nada. Seguir con el segundo intento, después con el tercero, y comencé  a ponerme algo nervioso. La bala aún seguía dentro del arma, y solo quedaban tres intentos más, si me libraba en el quinto intento, dispararía hacia enfrente y me salvaría por esta vez. Y llegó  la hora del cuarto intento, después del quinto…
Solo pude jugar una vez a este juego de azar.

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